Ambos neologismos hacen referencia a lo que se conoce como una carga excesiva de información. El término “infobesidad” fue acuñado por el escritor Alvin Toffler en el año 1970 dentro de su libro superventas “Future Shock“, mientras que la palabra “infoxicación” nació en 1996 de la mano de nuestro consultor Alfons Cornella.  Los dos tuvieron una visión muy anticipada a la hora de describir esta situación, en una época donde Internet no existía (en el caso de Toffler) o estaba en sus comienzos (Cornella).

Al principio sólo se utilizaban estas palabras en contextos de correo electrónico, para aquellas personas que gestionaban unos 60 emails al día. Hoy esta cifra nos hace reír, y es que se pueden recibir más de 400 emails en una jornada de trabajo normal. A esto hay que añadir los tweets y otras redes sociales (Facebook, LinkedIn, Instagram por poner solo las principales), que se suma a toda aquella información -artículos, informes, presentaciones-,  que tenga relación directa o indirecta con el trabajo y la vida privada.

“Quien mucho abarca, poco aprieta” dice un refrán, que nos viene de perlas en este caso: la mente humana tiene una capacidad cognitiva amplia pero con límites. Recibir más información de la que puede procesar, no solo produce síntomas físicos como fatiga o ansiedad, sino que también empeora la calidad de nuestras decisiones y nuestro trabajo.

Hoy en día el coste financiero y humano de la infobesidad es palpable. Uno de los mayores retos de la era digital es gestionar el exceso de datos, tanto los que se reciben como los que se transmiten. La mejor manera de hacer frente a este fenómeno es estructurar la actividad informativa entrante, y tratar como estratégica la saliente. Y es aquí cuando el factor humano se convierte en esencial -una vez más-, para crear un equilibrio y frenar el diluvio digital. En este sentido, los profesionales de la información actúan como canalizadores al filtrar, reorganizar y distribuir el conocimiento para que sólo llegue al cliente lo que de verdad necesita.

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