Sucede cada vez con más frecuencia, que uno acaba trabajando en algo que parece totalmente diferente a lo que estudió. Sin embargo, profundizando un poco, verás que siempre hay un hilo conductor, un nexo entre lo que querías ser y lo que eres.

Mi caso es uno entre tantos: estudié derecho y trabajé como abogada algunos años. Nobleza obliga, dicen: en el caso de tantas mujeres, se convierte en “naturaleza obliga”, y escoges el momento que crees más adecuado para formar tu familia. Cada mujer lo organiza como mejor sabe o puede, la conciliación es tan personal como las huellas dactilares, no hay dos iguales.  Yo abandoné mi profesión durante esos años, pero no supe “dejar de trabajar”. Así que me matriculé en la Universidad Oberta de Catalunya y estudié el grado de Documentación. Cuatro años de apuntes, de niños, de exámenes una semana antes de dar a luz, de más apuntes, más pañales y más exámenes… ¡Nada que cualquier mujer no conozca! Pero que me permitió acceder al mundo fascinante de la información y la documentación.

A partir de ahí trabajé para combinar ambas carreras, y acabé centrándome en la segunda de ellas, la relacionada con la información.

¿Estoy muy lejos, entonces, de aquella letrada de derecho mercantil? No tanto. Estoy más cerca de lo que parece. Ambas profesiones tienen un punto en común, la palabra. Cambié de tono, pero no de color. Trabajo la palabra como un abogado trabaja su escrito: con paciencia, con  mucha atención y escogiendo  bien lo que se pone y lo que se omite.

Este fue el gran giro en mi vida profesional y que me ha llevado hasta aquí. Un pasillo lleno de puertas, que comencé a abrir con ilusión y  curiosidad. En la primera puerta que abrí, pasé a formar parte de un equipo que redactaba artículos para una marca extranjera de supermercados.  Pero eso, ya os lo contaré en otro post.